
Cuando yo era pequeña y los niños todavía volaban libres por las calles, buscábamos aventuras en cada rincón. Toda casa abandonada nos parecía un mundo desconocido, lleno de misterios por descifrar. Los descampados, que en el entonces abundaban, eran países lejanos donde soñamos viajar. Incluyendo la zanja (con aguas residuales) que corría detrás de casa, se convirtió en un caudaloso río en el que, un día, llena de buenas intenciones y tratando de ayudar a mi hermana pequeña a cruzarla, la tiré de cabeza. ¡Qué días aquellos!
Cerca de donde vivíamos había una casa vieja, rodeada de árboles, donde una vez Papá Noel vino a pasar las vacaciones. Él tenía la barba larga y una sonrisa amistosa. Cuando lo vimos supimos que se trataba del bondadoso viejito. La verdad es que nos pareció un poco raro, porque su piel no era tan clara y tampoco tenía las mejillas sonrosadas como vimos en la televisión. Pero, ¡sin duda esto tenía una explicación! De hecho, nuestra imaginación encontraba explicación para cualquier tema que no tuviera lógica. ¡La solución era simple! Era verano y estábamos en una ciudad de la costa de Brasil, por lo que era natural que Papá se tostara un poco. Había también otro problema, a nuestro Papá Noel le faltaba el barrigón. Sin embargo, para esto también había una solución. Recordemos que eran las vacaciones de verano y Papá Noel que estaba acostrumbrado al clima helado del Polo Norte, había sudado tanto en nuestra cálida tierra, que acabó por perder bastante peso. Pero la gran incógnita, lo que realmente no podía entenderse, y una respuesta que ni siquiera nuestra imaginación podría crear, era ¿por qué había elegido Navegantes como lugar de descanso? Sí, porque siempre pensamos que nuestra ciudad no estaba en el mapa. ¿Por qué teníamos este pensamiento? Es simple, siempre encontrábamos nuestros sensillos regalos, días antes de la Navidad, escondidos por la casa. Hoy, mirando hacia atrás creo que he encontrado la respuesta. Era natural que Papá Noel eligiera nuestra pequeña ciudad para pasar las vacaciones; casi nadie le reconocería ya que en Navidad él nunca se pasaba por allí.

Desde entonces se pasaron muchas navidades. Dejé de ser una niña corriendo por las calles de mi ciudad. En realidad, estoy muy lejos del lugar mágico de mi infancia. Pero todavía conservo la imaginación. Aún busco aventuras en castillos, princesas en torres y me pierdo en las mágicas calles de piedra.

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Yo extraño la niñez, donde todo era tan simple. No eramos tan maleables a los vicios, ni ambiciones.
Todo era importante era de vida o muerte. Era desafiar la realidad para poder transformarla en algo mágico. Yo también jugué con cajas, miraba en cualquier charco un torrente se aventuras. Los lugares sociales no eran los antros ni bares, sino los parques, las cuadras. Donde l@ cualidad más importante no es como te veías sino en qué eras bueno.
Sin duda era lo mejor, ahora toca revivirlo a través de la memoria. Con casa sonrisa le damos vida al niño interior que guardamos.
Saludos
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Cuanta verdad. Menos mal tenemos nuestra memoria. 🙂
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